El poder de la liberación

7 de diciembre de 2020

«Nos conocimos en Estambul» es una serie espléndida y hasta cierto punto extraña, por su peculiar manufactura. Se trata de una joya curiosa y fascinante, y muy, pero muy disfrutable

Nos conocimos en Estambul (Bir Baskadir, 2020) es una serie espléndida y hasta cierto punto extraña, por su peculiar manufactura sin mucha conexión con los melodramas tradicionales que se ven en las telenovelas turcas más difundidas en la televisión comercial. Es muy distinta, de hecho, a cualquier otro proyecto audiovisual que conozcamos proveniente de ese país mágico llamado Turquía. Se trata de una historia basada en una galería de personajes que aparentemente no tienen mucho que ver entre sí, que dirimen en el día a día sus conflictos personales entre el sofoco laboral y las incidencias familiares, matizadas puntualmente por la irredimible tensión entre la convicción religiosa musulmana y otras visiones de vida occidentalizadas.

He aquí el nudo mayor de la serie creada, escrita y dirigida por Berkun Oya, en el que el elenco de mujeres trata claramente de sortear en sus respectivas faenas las trabas ideológicas de la imposición institucional religiosa; en este caso los personajes masculinos no son otra cosa que el objeto de impacto a esta condición emancipadora, y al cabo no terminan de entender ni un carajo y siempre se muestran ofuscados y confundidos. El caso es que capítulo a capítulo el hilo de conexiones personales se va estrechando en las diversas y sorprendentes posibilidades de interrelación entre las y los personajes con sus inevitables divergencias religiosas, racistas y feministas, como temas punzantes en lo que toca al meollo emocional más fuerte.

Al manejo sensible de esta trama se le añade lo mejor: todo transcurre a través de un ritmo sosegado y discreto. No hay giros sorprendentes ni truculencias narrativas; la cámara sigue a este grupo de hombres y mujeres, siempre confrontándoles de frente, a manera de un ‘zoom’ que delata una intriga más en la historia, como si de de un espejo o una sesión terapéutica se tratara.

Se agradece la habilidad para descubrir e ir resolviendo esa red de dramas personales con mucha sutileza y hasta con cierto candor y apuntes tragicómicos. Imposible no querer a cada una y cada uno de los personajes con sus vicios y defectos, con sus miedos y aspiraciones; con sus arrebatos y sus pequeños gestos de humanidad y afectividad (todos quisiéramos tener, por ejemplo, a una Meryem en nuestra vida). Yo en lo personal me enamoré un poco de todos loa papeles, no solo por su belleza física sino por su forma de ser (definitivo: próxima ilusión de viaje, a Turquía).

En una sola temporada de ocho capítulos de una hora cada uno, resulta grata esa mirada directa y desprejuiciada a la vida cotidiana de la sociedad turca, con una interesante proyección anímica en las tomas de paisajes verdes y de la ciudad vibrante y multicolor que parece ser Estambul, pletórica de contradicciones socio-culturales y un eminente atractivo estético.

Vale decir que el ‘soundtrack’ es algo curioso también, una mezcla bizarra entre piezas tradicionales y música pop incidental que lo hacen fascinante en su conjunto, y funcionan de perfecto contrapunto en las escenas climáticas, sobre todo al final de cada capítulo, anticipando el bello sentimiento de orgullo, comprensión y poder de liberación que nos regala esta serie. En suma: Nos conocimos en Estambul es una joya curiosa y fascinante, y muy, pero muy disfrutable. Está en Netflix.